Como
la ciudad misma y varias de sus instituciones, el primer liceo de
Las Piedras nació como producto de una iniciativa de la comunidad
local, y no como parte de una política educativa nacional.
Un grupo de vecinos integrantes de la Sociedad de Fomento de Las
Piedras, preocupados por la dificultad que muchos jóvenes
pedrenses tenían para realizar sus estudios secundarios en
las ciudades de Montevideo o Canelones, se propusieron fundar aquí
una casa de estudios. Este particular origen marcó una identidad
institucional basada en el compromiso con la Educación Pública
que se ha mantenido hasta el presente. Comenzó en marzo de
1937 con 63 alumnos en dos grupos, como un liceo popular, a la espera
de la habilitación oficial, a cargo de un cuerpo docente
que no cobró sueldo por cinco años, el que, pese a
no tener en buena parte una preparación formal en lo pedagógico,
demostró ser altamente calificado en su nivel académico.
Formaron parte de este plantel personalidades tales como Mario Pareja,
Emilio Volpi, Ruperto Machín, Abel Theoduloz, Mario Ferrari,
Mario Delgado Robaina, Renée de los Campos, Laura de Arce,
etc.
El
primer director fue el ex Inspector de Primaria Pedro Ferrari Ramírez,
acompañado por Amelia Píriz Mc. Coll como Secretaria
y Nené Díaz como bedel (cargo ocupado más tarde
por María Angélica Gaydon). El liceo contó
con el apoyo material de un Consejo administrativo provisorio, en
el que se destacó la colaboración en dinero y libros
del Dr. Enrique Pouey. También fue muy importante la participación
de Santos Gayo Martínez, Francisco Vidal Rodríguez,
Emilio Trías du Pré y el Presbítero Fernando
Faralde. La Primer Asociación de Padres y Amigos del Liceo
(hoy APAL) se creó en 1939, presidida por César Mayo
Gutiérrez, quien también colaboró económicamente
de manera decisiva durante años.
Luego de Ferrari Ramírez, estuvieron a cargo de la Dirección destacadas figuras del ámbito pedagógico, como Sabas Olaizola, Arturo Rodríguez Zorrilla, Juan J. Oreggione, Thalita Carámbula de Pareja, Voldney Caprio, Néstor Ferrari, Gervasio Crespo, Angel Repetto, Rodnal Rodríguez, etc. Numerosos y heterogéneos equipos de dirección se fueron sucediendo a lo largo de los años, como los integrados por Iris Rebollo, Elizabeth Rendo, Silvia De María, Ana María Rodríguez, Mirna Da Barca, Roberto Catenaccio, Alba Franchello, Leonor Piñeyro, hasta llegar al actual, encabezado por la Profesora y ex alumna Adriana Cóccaro.
En 1944 el Consejo de Educación Secundaria declaró oficialmente al liceo como de carácter público.
La primera sede de esta casa de estudios fue la vivienda que perteneciera a Don Pilar Cabrera, prestigioso vecino, comerciante y político de Las Piedras fallecido poco tiempo atrás. Con el paso del tiempo, esta casa alquilada resultó pequeña para la creciente población estudiantil, y en 1947 se inició la construcción del edificio actual, más apropiado, en el lugar donde existía una plaza de deportes. Siguiendo un diseño similar al de otros liceos públicos de entonces, basado en el proyecto del Arq. José Scheps, el nuevo Liceo de Las Piedras se inauguró parcialmente en 1950.
Como en otras ciudades del interior del Uruguay, el liceo fue y es mucho más que una casa de estudios que cumple con un plan oficial establecido por las autoridades educativas de turno. Ha sido un emporio de ideas e iniciativas culturales de enorme trascendencia, tales como publicaciones, talleres artísticos, actividades musicales y teatrales, competencias deportivas y, fundamentalmente, fue gran un generador de conciencia cívica y de compromiso social. Mario Delgado Robaina, docente fundador evocó en su cincuentenario, que este liceo fue “un ensayo de laboratorio pedagógico en el que alumnos, docentes, y personal todo se conjugaron para alcanzar (...) los más altos logros educativos. No se midió el tiempo, ni el esfuerzo, ni la generosidad que ello significaba. Gracias a un equipo (...) se alcanzó prontamente una dimensión que desbordó el sentido meramente local.” El Prof. Ruben Cassina, por su parte, recuerda así su vivencia como alumno: “Desde el primer día, asistí a una institución que era algo más que un lugar donde se impartían clases. Comenzó una etapa de mi vida ligada, indisolublemente, a la presencia del Liceo. Allí, recibí clases y muchas cosas más. (...) Las clases se prolongaban en un espacio que comprometía a la comunidad toda...” Y luego, actuando ya como docente del mismo, recuerda que “el Liceo de Las Piedras supo plantear ese desafío que significa estimular la capacidad creadora, la imaginación de los jóvenes, el necesario entendimiento del mundo donde se vive, el acontecer cotidiano...”
Especial impacto tuvo la iniciativa del profesor y artista plástico Dumas Oroño, quien convocó a sus colegas del Taller Torres García para realizar los murales que, junto a la gran pinacoteca que se fue formando con el paso de los años por el aporte de otros destacados artistas docentes y ex alumnos, hicieron que el gobierno declarara al edificio, en 2005, como monumento histórico nacional.
Luego de Ferrari Ramírez, estuvieron a cargo de la Dirección destacadas figuras del ámbito pedagógico, como Sabas Olaizola, Arturo Rodríguez Zorrilla, Juan J. Oreggione, Thalita Carámbula de Pareja, Voldney Caprio, Néstor Ferrari, Gervasio Crespo, Angel Repetto, Rodnal Rodríguez, etc. Numerosos y heterogéneos equipos de dirección se fueron sucediendo a lo largo de los años, como los integrados por Iris Rebollo, Elizabeth Rendo, Silvia De María, Ana María Rodríguez, Mirna Da Barca, Roberto Catenaccio, Alba Franchello, Leonor Piñeyro, hasta llegar al actual, encabezado por la Profesora y ex alumna Adriana Cóccaro.
En 1944 el Consejo de Educación Secundaria declaró oficialmente al liceo como de carácter público.
La primera sede de esta casa de estudios fue la vivienda que perteneciera a Don Pilar Cabrera, prestigioso vecino, comerciante y político de Las Piedras fallecido poco tiempo atrás. Con el paso del tiempo, esta casa alquilada resultó pequeña para la creciente población estudiantil, y en 1947 se inició la construcción del edificio actual, más apropiado, en el lugar donde existía una plaza de deportes. Siguiendo un diseño similar al de otros liceos públicos de entonces, basado en el proyecto del Arq. José Scheps, el nuevo Liceo de Las Piedras se inauguró parcialmente en 1950.
Como en otras ciudades del interior del Uruguay, el liceo fue y es mucho más que una casa de estudios que cumple con un plan oficial establecido por las autoridades educativas de turno. Ha sido un emporio de ideas e iniciativas culturales de enorme trascendencia, tales como publicaciones, talleres artísticos, actividades musicales y teatrales, competencias deportivas y, fundamentalmente, fue gran un generador de conciencia cívica y de compromiso social. Mario Delgado Robaina, docente fundador evocó en su cincuentenario, que este liceo fue “un ensayo de laboratorio pedagógico en el que alumnos, docentes, y personal todo se conjugaron para alcanzar (...) los más altos logros educativos. No se midió el tiempo, ni el esfuerzo, ni la generosidad que ello significaba. Gracias a un equipo (...) se alcanzó prontamente una dimensión que desbordó el sentido meramente local.” El Prof. Ruben Cassina, por su parte, recuerda así su vivencia como alumno: “Desde el primer día, asistí a una institución que era algo más que un lugar donde se impartían clases. Comenzó una etapa de mi vida ligada, indisolublemente, a la presencia del Liceo. Allí, recibí clases y muchas cosas más. (...) Las clases se prolongaban en un espacio que comprometía a la comunidad toda...” Y luego, actuando ya como docente del mismo, recuerda que “el Liceo de Las Piedras supo plantear ese desafío que significa estimular la capacidad creadora, la imaginación de los jóvenes, el necesario entendimiento del mundo donde se vive, el acontecer cotidiano...”
Especial impacto tuvo la iniciativa del profesor y artista plástico Dumas Oroño, quien convocó a sus colegas del Taller Torres García para realizar los murales que, junto a la gran pinacoteca que se fue formando con el paso de los años por el aporte de otros destacados artistas docentes y ex alumnos, hicieron que el gobierno declarara al edificio, en 2005, como monumento histórico nacional.
Notables
docentes fueron dejando imborrables recuerdos de su trabajo en las
aulas, como fue el caso del historiador y político Vivián
Trías, cuyas brillantes clases despertaron la vocación
de numerosos profesores de Historia.
La vida cotidiana del liceo se fue desarrollando al compás de los hechos de la historia nacional del siglo XX. Nacido en los inciertos años del período interbélico, se vio beneficiado por la próspera etapa siguiente, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, época que dejó su marca en la calidad de la construcción y en el ambicioso proyecto original de su edificio. Posteriormente, acompañó y vivió dramáticamente el lento, largo y penoso declive socioeconómico del país, y la consiguiente crisis política que llevó a la caída de las instituciones democráticas en 1973. Muchos de sus alumnos y profesores reflexionaron críticamente sobre esa realidad, se comprometieron, debatieron, reclamaron y más de una vez se enfrentaron duramente entre sectores políticos y con las autoridades, en defensa de sus ideales.
La vida cotidiana del liceo se fue desarrollando al compás de los hechos de la historia nacional del siglo XX. Nacido en los inciertos años del período interbélico, se vio beneficiado por la próspera etapa siguiente, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, época que dejó su marca en la calidad de la construcción y en el ambicioso proyecto original de su edificio. Posteriormente, acompañó y vivió dramáticamente el lento, largo y penoso declive socioeconómico del país, y la consiguiente crisis política que llevó a la caída de las instituciones democráticas en 1973. Muchos de sus alumnos y profesores reflexionaron críticamente sobre esa realidad, se comprometieron, debatieron, reclamaron y más de una vez se enfrentaron duramente entre sectores políticos y con las autoridades, en defensa de sus ideales.
Supo
ser escenario de episodios muy difíciles de protesta y represión.
Por lo antedicho, durante la dictadura militar fue una institución
particularmente afectada por las persecución de numerosos
profesores y por el férreo control de su funcionamiento.
En este difícil período el liceo vivió su vida
en la paz de los sepulcros, pero hubo quienes mantuvieron latente
la rebeldía primigenia de los padres fundadores, y como Galileo,
pese al miedo, no cejaron en sus convicciones. Con la sutileza de
pequeños gestos apenas perceptibles, muchos docentes audaces
se animaron a educar en vez de adoctrinar, a la espera de tiempos
mejores. Durante ese período, el liceo pasó a llamarse
Instituto Las Piedras, y en 1982 fue denominado “Manuel Rosé”,
en el marco del centenario del nacimiento del destacado pintor pedrense.
Vuelto el país a la democracia, el liceo enfrentó el desafío de un cambio de rol en el nuevo contexto, y fue descubriendo paulatinamente que se insertaba en un país más pobre que antes, con una población estudiantil creciente a la que no podía alojar dignamente. El edificio que fuera orgullo de la ciudad se fue superpoblando y tugurizando: pensado para 700 alumnos, llegó a albergar – con dos incómodos anexos- a cerca de 3000. En 1984 de creó el Liceo “18 de mayo”, pero esto no resolvió los problemas locativos. Recién después de casi diez años de renovada lucha de vecinos, padres y docentes, se fundó en 1992 el Liceo Nº 2 de Las Piedras, llamado luego “Germán Cabrera”. Pero el estudiantado siguió creciendo, y hubo que volver a movilizarse para crear un tercer liceo en el Barrio Obelisco en 1997 y otro más en el año 2004.
Desde sus inicios, el Liceo Nº 1 de Las Piedras sigue siendo una institución de referencia cultural ineludible, sede de una comunidad educativa orgullosa de su historia, la que a veces también se siente abrumada por el peso de la mística de un pasado lleno de luces y sombras.
Muchos nombres faltan en esta breve evocación. Muy larga tendría que ser la lista de directores, profesores, funcionarios, alumnos y colaboradores que durante tanto tiempo han hecho de esta casa de estudio una de las más prestigiosas del país.
Vuelto el país a la democracia, el liceo enfrentó el desafío de un cambio de rol en el nuevo contexto, y fue descubriendo paulatinamente que se insertaba en un país más pobre que antes, con una población estudiantil creciente a la que no podía alojar dignamente. El edificio que fuera orgullo de la ciudad se fue superpoblando y tugurizando: pensado para 700 alumnos, llegó a albergar – con dos incómodos anexos- a cerca de 3000. En 1984 de creó el Liceo “18 de mayo”, pero esto no resolvió los problemas locativos. Recién después de casi diez años de renovada lucha de vecinos, padres y docentes, se fundó en 1992 el Liceo Nº 2 de Las Piedras, llamado luego “Germán Cabrera”. Pero el estudiantado siguió creciendo, y hubo que volver a movilizarse para crear un tercer liceo en el Barrio Obelisco en 1997 y otro más en el año 2004.
Desde sus inicios, el Liceo Nº 1 de Las Piedras sigue siendo una institución de referencia cultural ineludible, sede de una comunidad educativa orgullosa de su historia, la que a veces también se siente abrumada por el peso de la mística de un pasado lleno de luces y sombras.
Muchos nombres faltan en esta breve evocación. Muy larga tendría que ser la lista de directores, profesores, funcionarios, alumnos y colaboradores que durante tanto tiempo han hecho de esta casa de estudio una de las más prestigiosas del país.
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